“Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio”

IV Domingo de Cuaresma/ C


 

La escena evangélica de este cuarto domingo de cuaresma no necita muchos comentarios, es el drama de la vida de todos los hombres, de todas las épocas; es el canto del amor eterno de Dios, de su misericordia infinita; es el relato de nuestra historia personal, que desemboca precisamente en los brazos de aquel que nunca nos abandona, que nos espera. Hoy leemos la famosa parábola del Hijo Pródigo.

La referencia inmediata de esta peculiar escena lucana, siempre ha sido la figura del hijo derrochador, pecador, abusador de la confianza paterna, violento y egoísta,  que termina descubriendo que lejos de su casa, solo existe la muerte y la destrucción; la pobreza no sólo física sino ontológica, la pérdida de su dignidad de hijo, las consecuencias de lo que su propia libertad egoísta puede llegar hacer contra sí mismo.

Pero esta vez fijémonos detenidamente en la figura del padre, en su paciencia, en su incluso injustificada permisividad ¿Por qué permitió que su hijo saliera de casa? ¿Por qué entregarle el patrimonio familiar de tanto trabajo y esfuerzo? ¿Por qué no insistir por medio de la violencia para que este hijo descarriado no abandonara el seno de la familia? ¿Por qué lo esperaba todos los días? ¿Por qué cuando lo ve venir, sale abrazarlo y se lanza desesperado al encuentro con ese hijo que lo ha ofendido? ¿Por qué lo perdona, lo ama, lo espera, lo soporta, lo levanta y le hace fiesta cuando regresa? ¿Por qué no hay regaños, solicitud de explicaciones, saque de cuentas o reclamaciones? La respuesta es una sola: Por amor.

En la figura de este padre brilla, la gran imagen de Dios, de aquél que sólo sabe amarnos, que sólo sabe esperarnos, de aquel que no le importan nuestros pecados, nuestras ofensas, nuestras groserías y vagabunderías. La figura luminosa de Dios Amor que nos levanta de la muerte, que nos limpia las heridas, que nos restituye a la dignidad de hijos, que sabe abajarse, salir de su lugar, dar su vida, con tal de abrazarnos en su misericordia infinita.

La buena noticia del evangelio es que no estamos solos, no somos huérfano,  ni desamparados, hay uno que nos ama, gratuitamente, inmensamente, más allá de lo que podemos imaginar, razonar, o explicar. Uno que no se avergüenza de nosotros, que no nos pide cuentas, que sólo sabe esperar pacientemente, que sólo busca abrazarnos y levantarnos, perdonarnos. Como decía Faustina Kowalska: “Toco comienza y todo termina en tu misericordia”; es eso lo que celebramos en cada cuaresma y en cada pascua: La misericordia que Dios nos ha tenido y nos tiene cada vez que volvemos a Él. Que estos días sean una oportunidad para volver a casa.

Raymundo A. Portillo.
Rixio G. Portillo.

«El Regreso del hijo pródigo» Rembrandt

Evangelio (Lc 15, 1-3.11-32)

«Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a pasar necesidad… Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a un de tus trabajadores’. Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’. Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies: traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete. El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar. Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró sus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’. El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado'».

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