“¡Bendito el fruto de tu vientre!”

IV Domingo de Adviento/C


 

En vísperas de la celebración de la navidad, la liturgia dominical nos propone a María, como resumen y plenitud de este tiempo de adviento, tiempo de espera, y de ansias por la llegada del Señor que viene a nuestro encuentro. Nadie mejor que María para enseñarnos a esperar a Jesús, nadie mejor que María para ayudarnos a amar al Señor, nadie mejor que María para transmitirnos el misterio del adviento y el nacimiento de Jesús.

El texto del evangelio dibuja para nosotros el encuentro de María embarazada, con su prima Isabel, unos meses antes del alumbramiento de Juan. Los gestos, las palabras, los saludos y aclamaciones de aquellas mujeres, nos hablan de la alegría espiritual, del gozo de la salvación. María es llamada “bendita”, “dichosa”, “bienaventurada”, porque por su sí ha entrado la vida al mundo.

Un icono oriental muy antiguo, recrea esta escena con el singular abrazo de ambos personajes, sus caras se juntan con rasgos hieráticos, con la mirada fija en el futuro; muy dentro de ellas, el icono muestra dos óvalos azules, en ellos aparecen los dos bebe no natos (Jesús y Juan Bautista), la bendición de uno sobrecoge, ante la humildad del otro más pequeño que con los manos en el pecho se inclina ante la bendición del altísimo. Un manto rojo arropa toda la escena, el representa el manto de la salvación, que se ha extendido sobre la humanidad por la generosidad y la fe de María, en los hilos estrechísimos de ese manto, también estamos nosotros, unidos por el vínculo de la fe, para acoger al Señor, para formar la tienda en donde Él pueda habitar.

En María encontramos la imagen más dichosa de nuestra fe, el icono perfecto de la salvación realizada en una humilde creatura; nosotros como ella debemos responder positivamente al designio de Dios, para recibirlo dentro de notros y poderlo así dar al mundo. De alguna manera la Iglesia y nosotros somos como María, cuando nos dejamos llenar por el Espíritu Santo y llevamos a los demás la alegría de la salvación.

Seguimos en adviento, seguimos esperando el nacimiento del Mesías, y como el villancico cantamos: “Mi casa será Belén, si vive mi puerta abierta, y si mi mente está alerta, al resplandor de la fe, la fe que tuvo María, la fe que tuvo José. Y te cuidaré como te cuidó María como te cuidó José”.

Raymundo A. Portillo.
Rixio G. Portillo.

Evangelio (Lc 1, 39-45)

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno. Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor».

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